Marurizio, sal a jugar! Y el chico de cinco años, no responde. Aquella tarde había llovido. En la calle quedaban las gotas, la humedad y el perfume de tierra mojada.
Maurizio frente a la ventana, sentado, seguía abstraído en una labor de entretenimiento poco usual para un pequeño de su edad. La abuela se acerca, le acaricia el fino pelito negro, Maurizio qué ves?. A susurros le responde, Abuela, lo veo todo igual.
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